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domingo, 1 de septiembre de 2019

Diferencias entre glucosa y fructosa


Glucosa y fructosa son diferentes caras de una misma moneda. Ambos son azúcares simples pero su impacto cardiovascular y metabólico es diferente.


La glucosa, al igual que la fructosa, es un monosacárido. Su índice glucémico es máximo y, por tanto, constituye una sustancia que eleva la glucosa sanguínea tan rápido como se absorbe.

Se encuentra en multitud de alimentos en forma de glucosa o almidón (unión de moléculas de glucosa). Sin embargo, como edulcorante doméstico, es difícil encontrarla en un formato diferente al azúcar de mesa.

La fructosa es el azúcar con mayor poder edulcorante. Paradójicamente, su capacidad para elevar la glucosa de la sangre es muy inferior a la de la glucosa. De hecho, su índice glucémico está clasificado como bajo.

A diferencia de la glucosa, es fácil encontrarla de forma libre para su uso doméstico. Además, es el edulcorante favorito de la industria alimentaria por su bajo coste y su máximo dulzor.

La glucosa llega a todas las células de nuestro organismo a través de transportadores específicos (destacando, GLUT2, GLUT3 y GLUT4). Esto quiere decir que todas nuestras células utilizan la glucosa como combustible energético principal.

Sin embargo, la fructosa utiliza transportadores GLUT5 y únicamente puede formar glucógeno hepático y ácidos grasos. Es decir, sólo es absorbida por hepatocitos y adipocitos. Esto se traduce en una menor oportunidad de uso y una mayor tendencia a la acumulación de grasa corporal.

Los estudios muestran que el consumo de glucosa aumenta el apetito. Probablemente, esto se deba a su capacidad para estimular la producción de picos de insulina y la consecuente retirada de la glucosa de la sangre. Así, es el descenso de la glucemia el responsable del aumento de apetito.

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